Benedicto XVI, que últimamente ha manifestado un posicionamiento netamente creacionista, ha decidido proclamar próximamente (quizás en octubre) a la santa y profeta Hildegarda de Bingen como Doctora de la Iglesia. El Papa ha comparado sus visiones a las de los profetas del Antiguo Testamento, la cita con frecuencia y ha dedicado dos catequesis específicamente a ella. La ha señalado como ejemplo de mujer teóloga, ha alabado sus composiciones musicales que todavía hoy se pueden escuchar, como también el coraje que la llevó a enfrentarse a Federico Barbarroja, al cual le transmitió advertencias divinas.
Hildegarda, última de diez hermanos de la noble familia de los Vermesseheim, nació en 1098 en Bermesheim, en Renania, y murió con ochenta y un años en 1179. Desde joven había recibido visiones místicas, que hacía poner por escrito a una hermana. Temiendo que fuesen sólo ilusiones, pidió consejo a san Bernardo de Claraval, que la tranquilizó. Y en 1147 obtuvo la aprobación del Papa Eugenio III que, mientras presidía un sínodo en Tréveris, leyó un texto de Hildegarda. El Pontífice la autorizó a escribir sus visiones y a hablar en público. Su fama se difundió pronto: sus contemporáneos la atribuyeron el título de la “profetisa teutónica” y la “sibila del Rin”.
La canonización de Hildegarda nos sirve como un recordatorio de que todos los grandes místicos de la Iglesia Católica –sin excepción- han sostenido la doctrina tradicional de la creación y la verdad literal de Génesis 1-11. En realidad si hubiera algo de verdad en la evolución teísta se podría esperar que algún alma santa, reconocida por la Iglesia, hubiera recibido alguna visión sobre los misterios de nuestro pasado evolutivo. Jamás se ha oído tal cosa de un místico oficialmente reconocido.
En sus escritos místicos, Santa Hildegarda describe detalladamente lo que Dios le había revelado sobre la obra de la creación, y de una manera especial lo concerniente a la creación de Adán y Eva. En el Liber Divinorum Operum, "Libro de las Obras Divinas", trata fundamentalmente de la armonía entre el ser humano y el resto de la Creación.
En la Primera de las tres partes de este libro, Hildegarda describe la estructura del universo, la creación de los ángeles y la caída de algunos ellos, la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios, su caída y la promesa de Redención. A continuación se ocupa de las fuerzas que actúan en del universo, simbolizadas en círculos, astros y vientos, y especifica su misión y la forma en que actúan. Explica las relaciones entre los elementos que componen el universo, la influencia de la caída de los ángeles, la relación e influencia del resto del cosmos en el alma y el cuerpo del hombre, y finalmente el juicio del hombre por Dios.
Dios hizo al hombre: al varón provisto de una mayor fuerza, a la hembra provista de una mayor delicadeza. La forma de ambos fue ajustada en la correcta medida en todas sus partes, así como también Él prescribió la longitud, altura y anchura exacta y precisa del resto de todas las criaturas, tal que ninguna pudiera exceder ni sobreponerse indebidamente a las demás.
Así Dios destinó la creación entera hacia el hombre. En él, sin embargo, puso la semejanza del espíritu del ángel, esto es el alma. La cual ninguna criatura mortal puede alcanzar a ver, cono tampoco la divinidad puede ser vista por ninguna criatura mortal. El alma se origina en el Cielo, el cuerpo en la tierra; el alma se conoce por la fe, el cuerpo, en cambio, gracias a la facultad de ver. Dios creó al varón y a la hembra humana: Primero al hombre, después a la mujer, la cual fue formada a partir de él, y es quien produce en su cuerpo la descendencia humana, así como el hombre por la capacidad de procrear también engendra aquello que el poder creativo se esconde en él… Así muchos son engendrados a través del hombre y la mujer, y sin embargo, todos ellos provienen de un único Creador. Si el hombre hubiera estado solo o si la mujer se hubiera quedado sola, entonces nadie hubiera llegado a la existencia. De esta forma hombre y mujer son como una unidad necesaria, en la que el hombre es como el alma y la mujer como el cuerpo. .. Y Dios les ordenó que se multiplicaran y que crecieran y que aumentaran en número y que llenaran y conquistaran la tierra a través de su dominio… Y que ellos gobernarían sobre los animales que nadan en el agua y los que vuelan por el aire… porque ellos [los hombres] son superiores al resto de animales debido a la gloria de la razón… [Dios] actuó con el hombre como un padre hubiera hecho con su hijo, al darle en herencia aquello a lo que le corresponde en derecho, al confiarle los peces y las aves y todas las criaturas que viven sin razón y moran la tierra.
Que a través de las oraciones de Hildegarda de Bingen y de todos los santos, llegue Dios a restaurarnos en el verdadero conocimiento de nuestros orígenes, salvándonos de las trampas del evolucionismo.