El hombre siempre pensó que la Tierra era el centro del Cosmos, al menos hasta el siglo XVII prevaleció incuestionable la noción aristotélica que todos los astros –sol, luna y estrellas- se encontraban situados en esferas (‘orbis’) circunvalando la tierra. Había un solo mundo, la Tierra, siendo habitáculo de vida, algo evidente para los cristianos y judíos pues así se desprende de la Sagradas Escrituras y de la tradición. Esto era incuestionable para todos los filósofos, incluso para los paganos que aún se guiaban por principios de las filosofías helenistas.
Medio siglo después de la publicación en 1543 de la obra póstuma de Copérnico “De revolutionibus orbium coelestium” defendiendo la centralidad del sol, comenzó –sobre todo en ambientes protestantes- la polémica que se dio en llamar “pluralidad de mundos”. Ahora si la Tierra se hallaba situada en la tercera esfera, no parecía haber ningún impedimento para que otros diversos planetas fueran también mundos habitados, al fin y al cabo, todavía estaba reciente el descubrimiento asombroso de Cristóbal Colón de un mundo habitado más allá del océano ignoto. Esto fue llevado a su máxima expresión por el filósofo pseudo-gnóstico Giordano Bruno que defendía un universo infinito, que por tanto podía zafarse de la objeción de Aristoteles a la no-unicidad del Mundo: “No puede haber movimiento ordenado más que en torno a un solo punto central”. Bruno fue el primero en defender la existencia de civilizaciones en los otros planetas (inclusive en el sol), junto a otros disparates y herejías de todo tipo. Estas ideas, excepto la de infinitud del universo, fueron continuadas por Kepler. Con su potente telescopio, Kepler, exploró visualmente la Luna, concluyendo que era un mundo similar al nuestro, habitado por “hombres lunares”. Según Kepler, las zonas oscuras eran mares, todavía hoy se siguen denominando ‘mares’ (mare en latín) en los mapas de la Luna, aunque sepamos que no están formados de agua. A Kepler le llamó la atención especialmente la forma asombrosamente ‘circular’ del Mare Crisium[1], y consideró que debía haber sido fabricada por seres inteligentes, y ya que ciertamente no habían sido los hombres terrestres, especuló que debían haber intervenido los “hombres lunares”[2]. Estos hombrecillos, según Kepler, necesitarían esas enormes construcciones para protegerse de las altísimas temperaturas que se alcanzarían en el largo día lunar.
En el año 1572 apareció en el cielo la llamada “nova de Tycho”, pues fue Tycho Brahe quien realizó un meticuloso estudio y aportó a la Ciencia importantes datos sobre ella, en algún momento esta estrella nova llegó a alcanzar una brillo superior a la del planeta Venus. Kepler, con su manera de hacer ciencia especulativa, afirmó que esa ‘nova’ era una prueba de la existencia de extraterrestres, puesto que –según él- los hombres terrestres no necesitamos de una estrella adicional, entonces ella sería necesaria para otros hombres de otro lugar del Cosmos. Su mentor, Tycho Brahe, se oponía a esta especulación pues su visión científica era absolutamente la opuesta de la de Kepler, pensaba que puesto que tenemos la certeza que no hay seres inteligentes en el universo, salvo los hombres en la Tierra, entonces las distancias interestelares no podían ser tan enormes como las que exigía la hipótesis de Copérnico, pues en ese caso “gran parte de la creación no sería utilizada jamás por nadie”. A medida que el modelo de Copérnico fue haciéndose popular, la ciencia de Tycho fue poco a poco apartada, y las especulaciones de Kepler fueron tomando fuerza. En cierta medida hay una íntima relación del tipo “a mayor creencia en el heliocentrismo mayor creencia en el pluralismo de los mundos”.
Durante los siglos XVI-XIX, cuando aún se confiaba en la autoridad de la Biblia –y en la de la Tradición y en la del Magisterio entre los católicos-, éstas tuvieron los efectos de un freno a los postulados pluralistas de los científicos y filósofos. En la Biblia está clara e inequívocamente expresado que es el Sol se mueve y no la Tierra:
* “Pusiste la Tierra sobre sus bases para que ya nunca se mueva de su lugar” (Sal 104, 5).
* “Dios la afirmó (a la Tierra) para que no se mueva jamás” (Sal 93,1).
* “Sale el sol, y se oculta, y vuelve pronto a su lugar para volver a salir” (Eclesiastés 1,5).
* “Nace el sol por un lado del cielo, y avanza por su circuito hasta llegar al otro, sin que nada escape de su calor” (Sal 19,6)[3].
* “Dios la afirmó (a la Tierra) para que no se mueva jamás” (Sal 93,1).
* “Sale el sol, y se oculta, y vuelve pronto a su lugar para volver a salir” (Eclesiastés 1,5).
* “Nace el sol por un lado del cielo, y avanza por su circuito hasta llegar al otro, sin que nada escape de su calor” (Sal 19,6)[3].
La afirmación inspirada de (Sal 19,6) es de suprema importancia[4], pues conecta dos hechos científicos asociados al sol: su movimiento hasta completar una vuelta y su calor radiante por allí donde circula. Parecería muy incongruente negar un hecho científico y reafirmar otro. Es un hecho evidente que el sol irradia calor, por lo tanto igualmente debería ser considerado hecho el movimiento del sol. Ya Galileo hizo filigranas con este versículo, haciéndole decir cosas que no dice, para así interpretarlo heliocéntricamente. En 1638, un religioso y naturalista inglés, John Wilkins, que luego llegaría a ser obispo de Chester, dio su peculiar visión de (sal 19,6). Wilkins, que también daba por sentado la existencia de extraterrestres en la luna, en los demás planetas y en el sol, aseguraba que el salmo 19 comete un grave error en la segunda parte, puesto que el sol –según dice- no es un cuerpo caliente, sino que es el aire de la atmosfera el que verdaderamente calienta la superficie terrestre por reflexión. Wilkins asumía el movimiento del sol en torno a la tierra, pero necesitaba un sol frío para que existieran alienigenas en su superficie. Por supuesto, casi nadie se tomó en serio esta ridícula hipótesis, pero sí se hizo popular el llamado “argumento de Wilkins”: «No hay que tomar la Biblia literalmente, pues eso impediría la existencia de tales condiciones necesarias”. El filósofo Descartes también avivó la llama del pluralismo al escribir que las estrellas lejanas son ‘otros soles’ con su propio sistema de planetas en circunvalación. Y un seguidor de Descartes, el físico y astrónomo holandés Chistiaan Huygens, asumiendo que todas las estrellas debían tener el mismo brillo que el sol, hizo los primeros cálculos de las distancias estelares.
En realidad hay mucho de “argumento de Wilkins” cuando algunos científicos desprecian el sentido literal de la Biblia porque piensan que sea una barrera al heliocentrismo, o cuando dicen que admitir el pluralismo -con presencia extraterrestre- sea más humilde que creer que a Dios le plugo revelar al hombre la historia de la Creación. Otro argumento de los detractores de la Biblia es el gigantismo del universo. Así por ejemplo, Stephen Hawking dice en su último libro:
Puesto que nuestra galaxia es sólo una entre 100 billones… estos números sólo hacen que este pensamiento sobre los alienígenas sea racional… en realidad, Star Wars y Star Trek… pueden ser más cercanos a la realidad que lo que nosotros creemos.
Falso. Es Dios el que es infinitamente más cercano a lo que nosotros creemos. Pues Él hizo un universo super-específico, centrado en la Tierra, con billones de galaxias y de estrellas rodeando la Tierra, … y entre los millares de creaturas del mundo, sólo al hombre le eligió como receptor de cuerpo y alma, sólo al hombre le escogió para ser una criatura racional predestinada a morar en el cielo. Es propio de Dios la sobreabundancia del don. Las dimensiones del universo y la abundancia de especies animales y vegetales pueden parecernos exageradas a nosotros, pero los pensamientos de Dios no son como los del hombre, sino que lo supera infinitamente (Isaías 55, 8). Lo humilde es pensar en el gran don divino concedido al hombre, en cambio, es soberbio decir cómo debería haber hecho Dios la creación para que el hombre no se sintiera un ser específicamente amado por Dios.
NOTAS
1. http://the-moon.wikispaces.com/Mare+Crisium
2. Algo parecido sucedió al final del siglo XIX con los llamados “canales de Marte”, prestigiosos astrónomos, como por ejemplo Parcival Lowell que llegó a presidir la Universidad de Harvard, defendieron la existencia de hombres ‘marcianos’ en el planeta Marte, al percibir en sus telescopios estructuras en forma de canales.
3. El Salmo 19 fue muy utilizado por el Cardenal san Bernardino en el proceso de la Iglesia contra Galileo.
4. El Salmo 19 contiene una sin igual confirmación bíblica del geocentrismo, pues en principio el circuito del sol podría referirse bien a la visión heliocéntrica de una órbita a través de la galaxia, o bien a la geocéntrica del circuito del sol rodeando la tierra. Sin embargo, la palabra hebrea para circuito, ‘tequphah’, descarta la primera, pues significa literalmente “la revolución de un año de duración”.