El cardenal S. Belarmino frente al Modernismo de Galileo
En 1613, en el trascurso de un banquete, un pupilo de Galileo, el joven monje y profesor de Matemáticas de la Universidad de Pisa, Fr. Benedetto Castelli, estuvo envuelto en una discusión con la Duquesa Cristina de Lorraine. La Duquesa, apoyada por un profesor de filosofía, se oponía a la teoría de Copérnico –defendida por Fr. Castelli– porque era contraria a la Sagrada Escritura. Fr Castelli a duras penas pudo contestar a la duquesa y al filósofo, y entonces solicitó ayuda a su maestro, Galileo, quien posteriormente escribió una larga y elaborada carta, la llamada “Carta a Castelli”[1], en la que expresaba su opinión personal sobre las relaciones entre la ciencia y la religión.
NOTASHe leído atentamente la carta [4] en italiano y el tratado que Su Reverencia me envió, y le agradezco a usted por ambas cosas. Y confieso que ambas están llenas de ingenio e ilustración, y puesto que me pide mi opinión, yo se la daré muy brevemente, pues usted tiene poco tiempo para leer y yo para escribir. Primero, a mi me parece que Su Reverencia y Galileo se complacen con hablar hipotéticamente, y no absolutamente, como yo siempre he creído que Copérnico hablara.
Decir que asumiendo que la tierra se moviera y el sol permaneciera fijo, todas las apariencias quedan mejor que con excéntricas y epiciclos, es hablar bien; no hay ningún peligro en esto y es ello suficiente para los matemáticos. Pero querer afirmar que el sol realmente está fijo en el centro de los cielos y únicamente revoluciona alrededor de sí (girando a través de su eje) sin viajar de este a oeste, y que la tierra está situada en la tercera esfera y revoluciona con gran velocidad en torno al sol, es una cosa peligrosa, no sólo por irritar a todos los filósofos y teólogos escolásticos, sino también por injuriar nuestra Santa Fe y suponer falsas las Sagradas Escrituras. Su Reverencia ha demostrado muchas formas de explicar la Sagrada Escritura, pero no las ha aplicado en particular, y sin duda usted lo habría encontrado eso más difícil si hubiera intentado explicar cada uno de los pasajes que usted mismo ha citado.
Segundo, como ya usted sabe, el Concilio (de Trento) prohíbe explicar las Escrituras de forma contraria al común consenso de los Padres de la Iglesia. Y si Su Reverencia leyera no solo a los Padres sino también los comentarios de los escritores modernos al Génesis, Salmos, Eclesiastés y Josué, encontraría que todos concuerdan en explicar literalmente (ad litteram) que el sol está en el firmamento y se mueve lentamente alrededor de la tierra, y que la tierra está lejos de los cielos y permanece inmóvil en el centro del universo. Ahora considérese si la Iglesia podría atreverse a dar a la Escritura un sentido contrario al de los Padres y al de todos los comentadores latinos y griegos. No puede responderse que esto no es una materia de fe desde el punto de vista del sujeto material, pues lo es en la parte de aquellos que han hablado.
Tercero. Yo digo que si hubiera una verdadera demostración de que el sol está en el centro del universo y la tierra en la tercera esfera, y que el sol no viajara alrededor de la tierra, sino que la tierra circulara el sol, entonces podría ser necesario proceder con gran cuidado al explicar los pasajes de la Escritura que parecen contrarios, y deberíamos más bien decir que no los comprendimos, antes que decir que alguno era falso como se ha demostrado. Pero yo no creo que hay una tal demostración; ninguna me ha sido mostrada.
No es la misma cosa mostrar que las apariencias son salvadas asumiendo que el sol estuviera en el centro y la tierra en los cielos, como demostrar que el sol está realmente en el centro y la tierra en los cielos. Yo creo que la primera demostración podría existir, pero tengo graves dudas sobre la segunda, y en caso de duda, uno no puede apartarse de las Escrituras como son explicadas por los santos Padres.
Y añado que las palabras “el sol se levanta y el sol se pone, y se apresura a llegar al lugar de donde surgió, etc.” fueron las de Salomón, quien no sólo hablaba por inspiración divina sino que además era un hombre sabio por encima de los demás y el más erudito en las ciencias humanas y en el conocimiento de todas las cosas creadas, y su sabiduría procedía de Dios. Así que tampoco es probable que hubiera afirmado algo que era contrario a la verdad ya demostrada o posible de ser demostrada. Y si usted me dice que Salomón hablaba únicamente de acuerdo a las apariencias, y es que nos parece que el sol viaja alrededor nuestro cuando realmente es la tierra la que se mueve, así como parece a uno que va en una barca que la playa se aleja de la barca, yo le responderé que quien parte de la playa, a pesar que le parezca a él como si la playa se alejase, él sabe que está en un error y lo corrige, viendo que la barca se mueve y no la playa. Pero con respecto al sol y la tierra, ningún hombre sabio necesita corregir el error, puesto que claramente experimenta que la tierra está quieta y que su ojo no le engaña cuando enjuicia que se mueve el sol, al igual que no le engaña cuando enjuicia que la luna y las estrellas se mueven.
Y esto es todo por el presente. Saludo a Su Reverencia y pido a Dios que le otorgue felicidad.
Fraternalmente,
Cardenal Belarmino
12 de Abril de 1615
1. La “Carta a Castelli” circuló mucho en su tiempo, y produjo gran controversia. Posteriormente, Galileo escribió otra similar, pero algo más moderada, dirigida a la Duquesa Cristina de Lorraine.
2. Paula Haigh en “Galileo’s Heresy”. http://www.catholicapologetics.info/modernproblems/evolution/
3. Un error modernista, muy común hoy en la Iglesia, pero que no concuerda con el Magisterio, por ejemplo: «…todos los libros que la Iglesia recibió como sagrados y canónicos están escritos totalmente y enteramente, con todas sus partes, al dictado del Espíritu Santo; y está tan lejano de ser posible que cualquier error pueda coexistir con la inspiración, ya que la inspiración no sólo es esencialmente incompatible con el error, sino que lo excluye y lo rechaza tan absolutamente y necesariamente como es imposible que Dios mismo, la suprema Verdad, pueda pronunciar aquello que no es verdad» (León XIII en Providentissimus Deus 1893).
4. Se refiere a la “Carta a Castelli”.
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